Timidez y liderazgo

Ya me hice viejo…y jamás logré vencer uno de mis talones de Aquiles: la timidez.
Nunca logré superar el pánico de hablar ante un auditorio.
Por eso siento una gran admiración y respeto hacia quienes ante decenas o cientos de personas, micrófono en mano o sin él, sueltan un discurso sin que les tiemble la voz.
Son, sin duda alguna, personas de recio carácter, seguras de sí mismas, con un control absoluto de sus emociones. Líderes natos.
Desde niño cobré conciencia de que la timidez me impediría destacar en alguna actividad. Era introvertido y ni modo de ponerme a llorar. Jamás sería líder.
Mi papel en este mundo estaba definido: me deslizaría en las sombras del anonimato. Que otros lleven la antorcha y yo los seguiré…
Tal vez por eso me incliné por el periodismo escrito. Ante una máquina de escribir o una computadora no me pongo nervioso. No hay quien me vea cuando tecleo.
Cuando cursaba la educación primaria, una de las materias en las que siempre sacaba calificaciones bajas era la de Civismo.
En las festividades cívicas se calificaba la intervención oratoria y había qué declamar, según la fiesta, un rollito sobre la Madre, sobre Juárez o sobre la Bandera.
La única vez que me obligaron a declamar –“Ya se llegó el Diez de Mayo, etcétera, etcétera”- me puse tan nervioso que solté el llanto.
Las carcajadas resultantes me calaron hondo y huí de la tarima con el rabo entre las piernas. Juré que jamás volvería a hablar en público. No sirvo para eso…
Cuando llegó la edad de tener una noviecita –porque todos mis cuates presumían de sus conquistas- me sentí agobiado. “Tengo qué tener una, pero…cómo le hago, qué voy a decirle. Sentía un miedo escalofriante…”
A varios de mis amigos que presumían de conquistadores –“Yo ando con Lupita, con Lorena y con Rocío”, o sea, tres novias para él solito, les pedía que sus noviecitas me presentaran a una de sus amigas.
“No seas collón. Búscate una…”, se mofaban.
-Pues entonces dime cómo le haces, qué le dices, cómo te le declaras”, rezongaba yo.
Pero las instrucciones, infalibles según mis consejeros, se topaban con un dique: mi crónica timidez.
Ya ante una chica, me paralizaba de terror. Balbuceaba, se me borraba el discurso galante preparado y…adiós conquista.
Huelga decir que tuve muy pocas novias, capitulando: “Tener una novia no es lo más importante en este mundo”. Me enamoré de otras cosas: de la música y la literatura…
Hoy, cuando ya la tercera edad cubre de blanco mi testa reconozco que la timidez es parte de mi ser. Aprendí a convivir con ella y a amarla a mi manera…
Pero no soy el único periodista tímido.
Leobardo Sánchez, René Martínez y Evaristo Benítez me cuentan que cuando presentaron sus libros en público, se pusieron muy nerviosos.
Mao Flamarique, en los festejos de aniversario de su diario, le pide a Ambrosio López que hable por él…
Se pueden contar con los dedos de una mano a los colegas que sí saben hablar en público. Ahí están, además de Bocho, Rubén Dueñas y otros que disfrutan hacer uso del micrófono.
Durante un evento masivo al que asistí, el protagonista principal era Francisco Javier García Cabeza de Vaca quien tomaría posesión como Gobernador de Tamaulipas.
Como es obvio, los cientos de concurrentes estarían atentos a su imagen y a su discurso.
Se va a poner nervioso, pensé.
Cuando concluyó su intervención, acepté que es un hombre de recio carácter, de esos que se crecen ante las situaciones de presión. Líder nato…
Lo que me impresionó, fue su temple para encarar al auditorio. El hombre, lejos de apanicarse, se sublimó.
Sentí envidia de la buena. En su lugar, yo me hubiese infartado…